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La otra cara de la pirotecnia
00:10 martes 23 diciembre, 2025
Colaboradores
La pirotecnia es un tema de nunca acabar, sobre todo en diciembre. Vuelve cada año como una conversación desgastada, envuelta en la palabra “tradición”, esa que a veces usamos más para justificar costumbres que para preguntarnos si todavía tienen sentido. Porque más allá del ruido y el espectáculo efímero, los efectos son claros: se trata de una práctica excluyente, contaminante y peligrosa. Y no por exageración, sino por evidencia. En materia de salud, el impacto es inmediato. La exposición a detonaciones puede provocar pérdida auditiva temporal o permanente, principalmente en niñas y niños. A esto se suma el humo de los cuetes, que libera azufre y metales pesados, afectando directamente a personas con asma, bronquitis o enfermedades cardiacas. Pero el daño no se limita a lo físico. Adultos mayores y personas que viven con ansiedad o estrés postraumático suelen atravesar crisis severas durante celebraciones cargadas de pirotecnia. Para ellos, lo que para algunos es “fiesta”, para otros es una experiencia de angustia. Los animales, por supuesto, tampoco eligen participar. El estruendo les provoca pánico, desorientación y taquicardia. Cada diciembre se repite la misma escena: mascotas extraviadas, heridas o muertas, como saldo silencioso de una diversión que dura apenas unos minutos. Y todavía hay más. En cuestión de horas, la calidad del aire puede deteriorarse de forma notable. Los residuos de la pirotecnia no solo contaminan, también son responsables de incendios forestales y urbanos que, una vez más, se pudieron evitar. En esencia, la pirotecnia es una práctica mayormente —por no decir totalmente— negativa. Los hospitales reportan incrementos significativos en lesiones graves durante estas fechas, muchas de ellas provocadas por artefactos no regulados. El resultado es un costo evitable para el sistema de salud: estallan unos cuantos segundos de ruido y los efectos los pagamos entre todos. Tal vez la pregunta no sea si la pirotecnia “nos gusta” o no, sino si estamos dispuestos a seguir defendiendo una tradición que excluye, enferma y contamina, solo por no atrevernos a imaginar celebraciones más conscientes. Porque no todo lo que truena merece aplauso.