Vínculo copiado
#ESNOTICIA
#ESNOTICIA
Eran aproximadamente las dos de la tarde cuando sonó mi teléfono celular y una voz que no pude identificar me dijo: ¿Juan Jesús?
00:00 domingo 9 noviembre, 2025
Colaboradores
Eran aproximadamente las dos de la tarde cuando sonó mi teléfono celular y una voz que no pude identificar me dijo:
-¿Juan Jesús?
-Así es.
-Oye, te hablábamos mi mamá y yo para invitarte a comer. Ha venido una tía de la Huasteca y ha preparado unas enchiladas como no las volverás a probar nunca más en tu vida.
-Sí, sí –dije. Una tía. De la Huasteca. ¡Sí, claro! Pero, ante todo, ¿quién habla? –Y es que, de veras, no sabía ni quién era ella ni quién su mamá, ni quién su tía. Pero al punto se identificó. Era Mariquita Torres, una de mis vecinas. Ahora bien, ¿y por qué me hablaba a esta hora? ¡Las dos de tarde, o casi! Si ella y su mamá me hubieran dicho que pensaban invitarme a comer por lo menos una o dos horas antes… No, no, no iría. Estas cosas se hacen con más anticipación, se planean, se avisan con tiempo. ¡Además, yo acababa de comerme una torta y no tenía hambre! Pero como mi silencio estaba ya resultando incómodo (es decir, sospechoso), decidí romperlo con las siguientes palabras:
-Qué lástima, pero sucede que…
Es que no, decididamente no quería ir a comer a ningún lado. Además, hay comidas que se prolongan hasta bien entrada la tarde –si no es que hasta la noche- y yo tenía otras cosas de hacer además de pasarme la vida moviendo el diente. En realidad, aquel día ni siquiera pensaba comer, sino tan sólo tomarme un vaso de leche, o tal vez una taza de café, y ponerme a ordenar las notas que iba a utilizar para un trabajo que estaba escribiendo. No, salir a comer, no; por lo menos esta tarde, no. ¿Pero cómo decírselo a mi vecina sin que se sintiera ofendida? Si le decía, por ejemplo, que no pensaba comer, ella tal vez me diría: «De ninguna manera. Tienes que comer, Juan Jesús. El cuerpo también tiene sus derechos» –en fin, cosas así. Pero si le decía la verdad, o sea, que quería permanecer en casa organizando mis notas, tal vez me reprendería diciéndome algo como lo que sigue: «Sí, ya sabemos que eres un ratón de biblioteca, pero debes saber darte un poco de tiempo. Ven. No te entretendremos demasiado. Comes y te vas».
Sí, todo esto me diría mi vecina, sea cual fuere la explicación que le diera, de modo que cometí la imprudencia (tal vez sería mejor decir el pecado) de escupir la primera mentira que me pasó por la mente: -Es que no estoy en la ciudad –dije. ¿Cómo iban a saber ellas si les estaba mintiendo o no? Después de todo, me habían hablado al celular y así no podrían saber dónde estaba yo realmente-. Tuve que salir a Querétaro por la mañana y acá ando todavía.
-¡Oh! –dijo mi vecina-. ¡Qué lástima! Y, sin embargo, desde aquí puedo ver su carro estacionado en el frente de su casa… Tragué saliva. Sí, no había contado con aquel detalle delator: mi carro. Pero ya me había lanzado a la corriente de ese río turbulento y ahora tenía que bracear para no ahogarme.
-Es que no vine a Querétaro en mi carro, sino en autobús. ¡Conducir en carretera es muy cansado! En cambio en autobús puedo ir leyendo y durmiendo…
-Entiendo. En fin, ya será otra vez.
-Así es. De cualquier manera, no sabes cuánto agradezco la invitación. ¡Qué lástima perderme esas enchiladas!
-No tienes nada que agradecer. Fue un placer. Hasta luego.
Suspiré aliviado. Sólo que… ¡Dios mío, a las cinco tenía un compromiso realmente importante! ¿Y cómo iba a salir de casa sin que mis vecinas lo advirtieran? Al verme subir a mi carro se preguntarían: «¿No es que éste andaba en Querétaro? ¿Cómo es que llegó tan pronto viajando en autobús?». Y ahora, ¿qué iba a hacer? ¿Cómo no pensé en esto cuando inventé semejante tontería? No, definitivamente no podía salir de casa, y ya eran casi las tres. Luego dieron las tres y media y luego las cuatro y yo seguía sin saber cómo salir del apuro en el que me había metido. No me quedaba más remedio, pues, que inventar otra mentira llamando a las personas con quienes tenía el compromiso para decirles que, debido a un incontrolable aunque inofensivo accidente, me era imposible llegar a la cita a la hora acordada. -Debido a un incontrolable aunque inofensivo accidente –dije por teléfono, mintiendo descaradamente otra vez- me será imposible… -Del otro lado del hilo no se oían más que lamentos, palabras de consuelo y balbuceos. Ni modo –dije al colgar la bocina-, no me quedaba otro remedio. Y, para empeorar las cosas, hube de quedarme en mi casa toda la tarde para que mis vecinas no sospecharan nada, y además sin ordenar mis notas, pues ya no tenía ganas de nada.
Fue entonces cuando comprendí que no existen mentiras piadosas, y que un pecado, por inocente que sea o parezca, lleva siempre a otro pecado. ¿Qué me costaba haber dicho la verdad desde el principio? «Querida vecina, agradezco con toda el alma tu invitación, pero por esta vez me es muy difícil aceptarla. Explicarte las razones sería muy largo, pero la verdad es que no puedo. La próxima vez que me invites iré con mucho gusto». ¿Qué hubiera perdido diciendo algo como esto? Nada, no habría perdido nada y todos en santa paz. «Que la palabra de ustedes sea sí cuando es sí, y no cuando es no; lo demás viene del demonio» (Mateo 5, 37). Esto fue lo que dijo Jesús a sus discípulos, pero demasiado tarde comprendí, por desgracia, la sabiduría de su enseñanza.