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Los semáforos parecen estar ahí con el único fin de hacernos llegar tarde a nuestras citas
00:02 martes 7 mayo, 2024
Colaboradores
Más que para hacer avanzar los vehículos con agilidad por la avenida, los semáforos parecen estar ahí con el único fin de hacernos llegar tarde a nuestras citas y amargarnos la tarde. ¿Quién colocó los semáforos de esta larga calle, por ejemplo? ¡Quisiera saberlo con nombres y apellidos! ¡Pero sobre todo desearía tener enfrente a ese señor! ¡Dios mío! ¿Sabía lo que estaba haciendo, o es que se trataba más bien de uno de esos psicópata que disfrutan viendo el caos que provocan a su alrededor? Apenas la luz se pone verde para que prosigas tu camino, el semáforo de la cuadra siguiente ya está parpadeando para detenerte a toda costa. Es como si a través de esas señales luminosas, se nos dijera a los conductores: «¿Crees que en México se puede avanzar así como así? ¡Pues no, señor! Y, para que lo veas, ahí te va esta lucecita roja». Con sumo cuidado –para no parecer indiscreto- observo al chofer del auto de al lado. ¡Qué desesperado se ve! Helo aquí alisándose los cabellos, revisando su agenda, enviando mensajes a través de su teléfono celular, hojeando una revista a la que no alcanzo a verle la portada; por último, cuando ha hecho todo lo anterior, tamborilea con los dedos en el volante para hacer más visible y patética su desesperación. Vaya, por fin el semáforo está en verde otra vez. Pero no estará así por mucho tiempo, pues apenas los primeros dos autos de la fila comiencen a avanzar, ya estará parpadeando otra vez, sordo al sonido de los cláxones y a las plegarias de los conductores, que ya quisieran estar en otra parte de la ciudad, allá donde alguien los espera con impaciencia. ¡Quince segundos! Los he contado con el cronómetro de mi reloj; sólo quince segundos ha durado nuestro alborozo, nuestra esperanza. Y luego otra vez el ámbar, el rojo y el tamborileo de los dedos sobre el volante. ¡Ah, qué efímera puede llegar a ser la alegría de los hombres! ¿Qué pensará mi vecino de martirio? ¿Acaso lo mismo que yo? El tiempo, ese bien tan precioso como escaso –tan precioso por escaso-, ¡cómo se nos escurre, cómo se nos va en tonterías como ésta! Escribió el filósofo español Julián Marías (1914-2005) en uno de sus libros: «Se puede considerar el tiempo de que dispone el individuo en su vida en tres partes: una, el que se invierte en acciones necesarias, desde el aseo personal hasta la limpieza de las ciudades, desde la cocina hasta subir las escaleras o desplazarse de un lugar a otro; y, sobre todo, el trabajo productivo, aquel que se ejerce para poder vivir gracias a su producto inmediato o su retribución. La segunda porción es el tiempo que se pierde: en la espera, en desplazamientos inútiles, en trámites burocráticos, etc. La tercer parte es el tiempo propio: aquel que el hombre destina a lo que directamente le interesa, a aquello que considera su vida personal, en el caso más favorable e intenso su vocación». ¡Un tercio de nuestra vida se nos escurre sin que sepamos cómo! Filas, filas: una fila para comprar tortillas, otra para pagar el recibo de luz, otra para entrar al cine y otra más para salir de él; otra para cobrar nuestro cheque y otra, más larga aún, para cambiarlo… ¡El hombre es un animal que espera, es decir, que continuamente desespera! Y si a esta tercera parte de nuestra vida que pasamos esperando le añadimos la otra tercera que pasamos durmiendo, hemos de concluir que el hombre es un animal que no vive ni siquiera a medias. Por decir así, vivimos sólo ocho horas al día, y en esas ocho horas hay que hacerlo todo: amar a los que tenemos cerca, ir al baño, leer el periódico, redactar oficios, hacer llamadas y contestarlas, apagar el celular y volverlo a encender. ¡Dios mío, es demasiado poco! Y, así, sin que nadie diga nada, la vida se nos va. Repentinamente, de espera en espera, de fila en fila, de embotellamiento en embotellamiento, hemos dejado de ser niños, de ser adolescentes, de ser jóvenes, y hemos llegado a ese tenebroso momento existencial al que todos llaman «madurez»… Y esta palabra me espanta. Pues, ¿no llamamos maduros a los frutos que están a punto de caer del árbol? Llegar a la madurez, como quien dice, es haber alcanzado un estado en el que el fruto está ya listo para la caída. ¡Unos pocos años más, y ya está! Bien, el semáforo está verde otra vez. Avancemos dos lugares más en la fila. ¿Para qué hacerme falsas ilusiones? ¡En esta esquina no se avanza más que de dos en dos! Por el retrovisor observo que una mujer grita indecencias al conductor de un auto que se le ha acercado demasiado. Como no deseo oír lo que se gritan, vuelvo a activar mi cronómetro. ¡Quince segundos! La cosa no falla. El semáforo está rojo otra vez. Tanta exactitud en cierto modo me divierte. ¡Lo único que funciona bien en este maltratado país son sus semáforos! ¡Ah, son tan eficientes, tan tajantes! Si así fuera por lo menos nuestra justicia… Vuelvo a dirigir mi mirada –siempre con discreción- hacia el conductor de a lado, mi vecino, que vuelve a mesarse los cabellos, pero esta vez con mayor energía que la anterior. Lo comprendo, lo comprendo. Quizá su calvicie se deba a eso: a tener que manejar todo el día por estas avenidas inclementes. ¿Y qué es lo que hace, de pronto? Se arroja al vacío, como los suicidas, y ya no le importa pasarse el ámbar. Acelera, se va; pero no llega demasiado lejos, porque una patrulla que está al acecho lo detiene. ¡Las patrullas están siempre al acecho (de los inocentes, quiero decir)! De pronto, todos sentimos lástima por este pobre conductor desesperado, porque ahora además de tiempo perderá dinero, mucho dinero. Podría jurar que nadie había visto esa patrulla. ¿De qué cielo ha caído? ¡Así quisiera yo que fueran de eficientes los patrulleros cuando ven que a uno le están robando! Ni hablar, ahora mi vecino llegará a su cita más tarde de lo que pensaba, o simplemente no llegará. ¡Dios mío, cuántos minutos se nos han ido a todos en esta inútil espera! Pero lo más grave, y también lo más triste, es que han sido cargados a nuestra cuenta como si en realidad los hubiéramos vivido…