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Vivimos un momento excepcional que no deja de ser extraño, pleno de eventos insospechados. Atestiguamos lo nunca antes visto, de modo que pasamos del asombro y la angustia al horror, pero también a la indignación
02:06 domingo 30 agosto, 2020
QUEBRADERO 
                Vivimos un momento excepcional que no deja de ser extraño, pleno de eventos insospechados. Atestiguamos lo nunca antes visto, de modo que pasamos del asombro y la angustia al horror, pero también a la indignación. Y a todo parece que nos volvemos insensibles y poco a poco nos vamos acostumbrando. Son momentos complejos que abruman hasta quitar el sueño, de manera que no hay tiempo para encontrar un instante de paz, al menos un breve espacio de tranquilidad. Llevamos ya más de una década viviendo el horror que el crimen organizado ha sembrado en todos los rincones del país. Son cientos de miles las víctimas de enfrentamientos entre grupos delictivos y de éstos con el Estado. Cuando el ex presidente Felipe Calderón le declaró la guerra a los carteles del narcotráfico se desató una violencia infinita en su grado de atrocidad. Al principio veíamos con azoro como la cuenta diaria de ejecutados crecía y crecía, pero nos fuimos acostumbrando. Calderón dejo una nación convertida en un cementerio con una guerra fallida que provocó un infierno del que México no ha logrado salir. Luego, Enrique Peña Nieto dio seguimiento puntual a esa guerra y su sexenio se erigió como el más sangriento y también a eso nos habituamos. En San Luis Potosí nos hemos acostumbrado a la violencia sin limite desde el gobierno de Marcelo de los Santos, luego con Fernando Toranzo y ahora con Juan Manuel Carreras. Lo que en momentos nos escandaliza luego se transforma en normal, lo cual no deja de ser inexplicable. Nos habituamos a la corrupción de los gobernantes y servidores públicos de todos los niveles. La corrupción es el más lacerante de los problemas nacionales desde hace décadas, aunque en los últimos sexenios de Calderón y Peña, ese flagelo alcanzó niveles nunca antes vistos. Ahora que se están desvelando casos de corrupción en ambos sexenios, provoca asombro la forma de como se maquinaban actos ilícitos en perjuicio del patrimonio nacional desde las más altas esferas del poder presidencial. Hay una natural indignación en la sociedad, pero también es cierto que a la vez hay indiferencia porque los corruptos nunca han sido castigados de manera ejemplar. Hoy visos de que ahora si, no habrá impunidad para nadie. En San Luis Potosí también se ha tomado como normal la corrupción y la impunidad que ha imperado al menos en los últimos tres sexenios y en las administraciones municipales. Los mexicanos también parecemos estar muy curtidos en materia de crisis económicas pues nuestra historia es rica en episodios de desastre financiero. Las crisis las enfrentamos con talante estoico y con la bravura de quien lucha por sobrevivir a favor de la familia. También nos acostumbramos a esos episodios terribles del desempleo, la caída del ingreso, la pobreza, la marginación, la miseria, el hambre. En cierto modo, sabemos que las más de las veces vivimos al borde del abismo. Hoy vivimos la crisis económica más profunda de la historia con una caída de casi 19 por ciento del Producto Interno Bruto lo que trae consigo consecuencias negativas para todos. A diferencia de otras crisis, la actual no fue motivada por políticos corruptos, empresarios deshonestos o estrategias económicas equivocadas, sino por la potencia de una epidemia que ha golpeado a todo el mundo. Pero a fin de cuentas, la crisis está a la vista de todos y se hace sentir en todos los sectores de la sociedad y del aparato productivo. Durante los últimos meses, en San Luis Potosí se han visto ya los efectos devastadores de la crisis que han repercutido en los que menos tienen. En esa tesitura, la epidemia de SARS-CoV2 está adquiriendo también una cierta percepción de algo normal. Nos asombró cuando la cifra de decesos llegó a mil, luego a diez mil, luego a veinte mil, los treinta mil, pero luego se empezó a ver la actualización de los fallecimientos como simples números. El impacto inicial parece no ser ya el mismo pese a que estamos en pleno escenario catastrófico. Sesenta y cinco mil sería el peor de los escenarios pero lo vamos a superar pronto. Ya poco dice el conteo diario de pacientes muertos, así como dejo de significar algo la cifra de ejecutados a la que nos fuimos acostumbrarnos irremediablemente. Cada víctima de la epidemia es un ser humano, con nombre y familia. No conviene habituarse a tan difíciles momentos que estamos viviendo, no es prudente relajar el cuidado de la salud, la disciplina es importante en el seguimiento de las recomendaciones emitidas por la autoridad sanitaria. Cuídese y no se convierta en un número mas; vivimos una nueva normalidad donde algunos hábitos son ya cosa del pasado.