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Desde abril de 2023, la guerra enfrenta a dos hombres: Abdel Fattah al-Burhan, jefe del ejército, y Mohamed Hamdan Dagalo “Hemedti”
00:10 viernes 7 noviembre, 2025
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El silencio global sobre Sudán es, en sí mismo, un crimen. Mientras millones de personas huyen, mueren o desaparecen bajo los escombros de una guerra civil brutal, las portadas del mundo siguen ocupadas por disputas electorales, escándalos menores o guerras con mejor marketing geopolítico. En el corazón de África, un país de casi cincuenta millones de habitantes está siendo despedazado entre las Fuerzas Armadas Sudanesas (SAF) y las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF), pero la indiferencia mediática ha convertido esta tragedia en un conflicto invisible.
Desde abril de 2023, la guerra enfrenta a dos hombres: Abdel Fattah al-Burhan, jefe del ejército, y Mohamed Hamdan Dagalo “Hemedti”, líder de la milicia RSF. Ambos eran aliados tras el derrocamiento de Omar al-Bashir en 2019, pero su pugna por el poder degeneró en un conflicto total. Ciudades enteras —como El Fasher en Darfur— han sido arrasadas. Naciones Unidas estima más de doce millones de desplazados y una catástrofe humanitaria de proporciones bíblicas. Sin embargo, los grandes medios occidentales apenas lo mencionan, y las cancillerías se limitan a comunicados tibios que disimulan la inacción.
El desinterés global no es casual. Sudán no encaja en la narrativa tradicional de las “guerras que importan”: no tiene la visibilidad geopolítica de Ucrania ni el peso energético de Medio Oriente. Además, la complejidad étnica, religiosa y militar del país escapa al formato de titulares simples. Pero detrás de ese silencio hay un patrón más preocupante: la jerarquía del dolor. Las vidas africanas siguen valiendo menos en el tablero de la opinión pública. Los medios internacionales apenas envían corresponsales, las potencias miran hacia otro lado y la ayuda humanitaria se ahoga en trámites y promesas incumplidas.
Lo que ocurre en Sudán es también un espejo de la crisis moral del sistema internacional. Los mismos gobiernos que hablan de “derechos humanos” y “orden global basado en reglas” no han hecho nada para detener la matanza. Las sanciones son simbólicas, las negociaciones se disuelven antes de empezar y la mayoría de los países vecinos, desbordados por los refugiados, son dejados a su suerte. La ONU ha calificado la situación como una de las peores crisis humanitarias del planeta, pero el Consejo de Seguridad sigue paralizado por vetos y desinterés.
Sudán está siendo devorado en silencio. Y ese silencio no es neutro: es cómplice. Cada día que pasa sin cobertura, sin presión diplomática y sin ayuda efectiva, se normaliza un genocidio a cámara lenta. En un mundo saturado de información, el olvido es la forma más eficiente de violencia. No hay neutralidad posible ante el abandono de todo un pueblo. La pregunta no es por qué Sudán está ardiendo, sino por qué a casi nadie parece importarle.
POR JAVIER GARCÍA BEJOS
COLABORADOR
@JGARCIABEJOS