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Kast prometió restaurar la sensación de mando allí donde se instaló la percepción de incapacidad
00:10 miércoles 31 diciembre, 2025
Colaboradores
Su victoria encumbra a una derecha diferente de la que Chile conoció tras democratizarse, pero José Antonio Kast no es un outsider. Su larga carrera política —militancia en la UDI, varios períodos como diputado, fundador del Partido Republicano— sugiere que lo suyo no es un lance antisistema, sino una reconfiguración del flanco derecho del espectro político. Kast es, al mismo tiempo, una opción dentro del juego democrático y un liderazgo que relativiza la gravedad histórica de la dictadura.
Esa ambivalencia es visible desde el tema de su candidatura: un “gobierno de emergencia”. Su mensaje apostó por una política sin eufemismos ni medias tintas, sin temor a ejercer la fuerza. Jeannette Jara habló desde el deber ser (derechos, equidad, cuidados); Kast, desde el hacer (decisión, urgencia, control). El problema no es la determinación para enfrentar desafíos —criminales, migratorios, económicos—, sino que ese empeño se convierta en licencia para desdeñar la complejidad democrática: el pluralismo como estorbo, la deliberación como demora, la tolerancia como cobardía.
Luego de la desgastada presidencia de Boric, Kast prometió firmeza: restaurar la sensación de mando allí donde se instaló la percepción de incapacidad. Esa oferta funcionó no porque inspirara una adhesión entusiasta, sino porque supo organizar políticamente el cansancio acumulado. En un país acostumbrado a pensarse como excepción regional, el deterioro en materia de seguridad no sólo alteró estadísticas, también trastocó expectativas. Al erosionarse la confianza en el Estado, la mano dura dejó de condenarse como exceso y empezó a imaginarse como alivio.
Esa reacción adquiere mayor densidad al recordar la relación de Kast con la dictadura. Aunque moderó el tono respecto a sus campañas anteriores, sigue siendo un hecho conocido. Su historia familiar está ligada al régimen militar. Apoyó la continuidad de Pinochet en el plebiscito de 1988 y nunca se ha deslindado de ese voto. Sostuvo que Pinochet no encaja plenamente en la categoría de dictador. Ha defendido Punta Peuco, la cárcel con condiciones privilegiadas donde cumplen condena militares responsables de violaciones a los Derechos Humanos. En 2021 afirmó que si Pinochet viviera volvería a votar por él. Lo suyo, en suma, más que apología abierta ha sido mitigación moral: la dictadura como antecedente polémico que admite interpretaciones, no como experiencia atroz que impone un deber de memoria.
¿Implica su triunfo un regreso al autoritarismo? No necesariamente, pero sí introduce una tensión en el consenso democrático. Antes que al colapso, apunta hacia un extrañamiento. No proyecta una visión ambiciosa del futuro, propone un presente de horizonte muy estrecho: ley y orden. Más que una ruptura institucional, representa un desplazamiento cultural. Con Kast los crímenes del pasado pesan menos, la demanda de autoridad pesa más y la democracia chilena decide ensayar con una derecha que ya no se siente obligada a pedir perdón ni permiso.
POR CARLOS BRAVO REGIDOR
COLABORADOR
@carlosbravoreg