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Durante más de una década, las economías del mundo vivieron bajo una ilusión: la del dinero barato
00:10 miércoles 29 octubre, 2025
Colaboradores
Durante más de una década, las economías del mundo vivieron bajo una ilusión: la del dinero barato. Las tasas de interés históricamente bajas tras la crisis financiera de 2008 crearon un entorno en el que el crédito se volvió casi infinito, las inversiones parecían seguras y el riesgo, un concepto secundario. Bancos centrales, gobiernos y empresas disfrutaron de un periodo de aparente estabilidad, mientras los hogares se acostumbraron a financiar su bienestar con deuda. Pero como toda ilusión, tarde o temprano puede romperse.
Hoy, con tasas de interés altas, -aunque aparentemente a la baja- en prácticamente todas las economías desarrolladas y emergentes, empezamos una nueva era. Lo que durante años fue presentado como estímulo y oportunidad, se revela como un “flash back” de lo que puede suceder en un futuro cercano: una distorsión profunda del valor real del dinero, del riesgo y, en última instancia, de la disciplina económica.
Desde la perspectiva macroeconómica, las tasas bajas durante tanto tiempo desincentivaron el ahorro. En muchos países, el rendimiento de los instrumentos tradicionales fue insuficiente para preservar el valor del dinero frente a la inflación. Este fenómeno alteró comportamientos y expectativas: el ahorro perdió sentido y la especulación se volvió hábito. Invertir en activos de riesgo parecía más racional que guardar el dinero, generando burbujas en los mercados bursátiles, inmobiliarios e incluso en activos digitales como las criptomonedas, y es algo que puede empezar a pasar nuevamemnte, lo cual es especialmente importante y te lo platico por que en tres puntos.
Primero: El dinero barato permitió que muchas empresas sobrevivieran no por su eficiencia, sino por su capacidad de endeudamiento. En ese contexto, florecieron compañías que apenas generan lo suficiente para pagar los intereses de su deuda, pero que siguieron existiendo gracias al crédito abundante. El mercado financiero global se llenó de bonos de alto rendimiento emitidos por empresas sin rentabilidad sólida, mientras los inversionistas, hambrientos de retorno, aceptaban riesgos cada vez mayores por rendimientos cada vez menores.
Segundo: En el ámbito público, el fenómeno no fue distinto. Gobiernos endeudados aprovecharon las bajas tasas para financiar gasto corriente, posponiendo las reformas estructurales necesarias. La deuda pública mundial alcanzó máximos históricos. Ese endeudamiento, tolerable con tasas muy bajas de ese tiempo, se convitieron en una carga fiscal que compromete presupuestos enteros conforme los intereses aumentaron. El costo del dinero barato se hace visible en la factura de la deuda.
Tercero: Los hogares también fueron protagonistas. Las hipotecas, los créditos automotrices y las tarjetas se multiplicaron en un entorno de financiamiento fácil. Pero la falsa sensación de estabilidad ha dejado a millones de familias vulnerables ante el encarecimiento del crédito. Lo que antes era una oportunidad de progreso se ha convertido, en una amenaza de sobreendeudamiento. La inflación no solo erosiona el poder adquisitivo, sino también la confianza: el consumidor que antes gastaba alegremente, ahora piensa dos veces antes de financiar su estilo de vida.
En fin hoy, más que nunca, cuando aparantemente las tasas empiezan a bajar, se vuelve urgente repensar la relación entre liquidez, productividad y sostenibilidad. La rentabilidad no puede seguir basada en la expansión del crédito, sino en la creación de valor real. Las finanzas empresariales deberán recuperar su función original: asignar recursos escasos hacia proyectos productivos, no simplemente sostener empresas apalancadas. Lo que sucedió significa volver a reconocer que el dinero tiene un precio, que el riesgo existe y que el crecimiento requiere más que deuda barata. Hoy la economía global paga ese precio en forma de inflación, volatilidad y desconfianza; por que el crédito puede impulsar la economía, pero solo el valor real —la productividad, la innovación y la ética financiera— puede sostenerla.